Comentario
Sin embargo, una de las propuestas de más amplia difusión en la cultura urbanística y arquitectónica contemporánea fue la de E. Howard con su idea de la ciudad jardín, formulada en "Tomorrow: A Peaceful Path to Real Reform" (1898), vuelto a editar, en 1902, con el título de "Garden Cities of Tomorrow". En esos libros, propone la superación de la oposición entre ciudad y campo, en un intento de proporcionar una respuesta planteada en función de asentamientos urbanos autosuficientes económicamente, con un número de habitantes limitado, con una imagen idílica y, además, organizados desde una perspectiva pragmática que supone cierta verosimilitud en cuanto a su financiación económica, lejos de la utopía. No sólo las New Towns inglesas a partir de 1945 recibirían esa influencia, sino que ya a principios del siglo XX las ideas de Howard tuvieron amplia difusión y algunas aplicaciones concretas, atendiendo tanto a asentamientos urbanos como a la propia ordenación del territorio, mecanismo ineludible si tenemos en cuenta la forma de crecimiento prevista por Howard para esas ciudades.En 1899 funda la Garden City and Town Planning Association que iniciará la construcción de Letchworth y, posteriormente, la de Welwyn. Su modelo teórico preveía una ocupación máxima de treinta y dos mil habitantes, con dos mil cuatrocientas hectáreas, de las cuales cuatrocientas estaban destinadas a la edificación de la ciudad jardín, organizada en forma circular, con construcciones que definen anillos concéntricos atravesados por avenidas radiales. En las afueras de la ciudad se sitúa un cinturón verde de carácter agrícola y en el Centro lo que él mismo llamaba Cristal Palace, en recuerdo de la famosa construcción de J. Paxton. El centro de su ciudad ya no es, como había querido la tradición, ni político ni sagrado, sino económico ya que el Cristal Palace era, a la vez, invernadero y centro comercial.El crecimiento de la ciudad estaba previsto con la creación de asentamientos semejantes, distanciados del central y comunicados por ferrocarril, con lo que pretendía devolver a su ciudad la medida humana perdida en la metrópoli. El ferrocarril también sería el eje a partir del cual Arturo Soria pretendió ordenar su idea de ciudad lineal, invención española, como él mismo la denominaba. Aunque en su propuesta los medios de transporte no sólo comunicaban ciudades, sino que definían su forma. La Ciudad Lineal suponía una forma de asentamiento urbano e implicaba una forma de comunicación y ordenación del territorio entre las que Soria llamaba ciudades-punto o ciudades históricas. Es más, él mismo estaba convencido de que el proceso urbanístico había seguido una secuencia lógica desde las viejas ciudades a la ciudad-jardín, para culminar en la ciudad lineal. Una ciudad que, sobre todo, era un problema formal, según sus propias palabras, ya que la ciudad lineal estaría constituida por "una sola calle de 500 metros de anchura y de la longitud que fuera necesaria, entiéndase bien, de la longitud que fuera necesaria, tal será la ciudad del porvenir, cuyos extremos pueden ser Cádiz y San Petersburgo, o Pekín y Bruselas".No puede olvidarse, con independencia de otras contradicciones, que se trata de una consideración moderna de la ciudad en tanto que ésta es entendida en función de la calle, definida, a su vez, como resultado de la importancia concedida a los nuevos medios de transporte y comunicación. Durante los primeros treinta años del siglo un fragmento de la Ciudad Lineal fue construido en Madrid y, paralelamente, el proyecto atrajo la atención de arquitectos y urbanistas europeos, sobre todo gracias a la actividad difusora de Hilarión González del Castillo, que llegó a proponer una síntesis entre la ciudad lineal y la ciudad-jardín.Este problema, nunca resuelto satisfactoriamente, de las relaciones entre ciudad y campo, ya fuera a través de la ciudad-jardín o de la ciudad lineal, una forma indirecta de ruralizar lo urbano, tuvo un tratamiento con importantes implicaciones en dos movimientos norteamericanos, el Park Mouvement y el de la City Beautiful, que guiaron numerosas intervenciones en las más importantes ciudades de los Estados Unidos, convirtiéndose también en un modelo de expansión imperialista, contemporáneamente a la construcción del Movimiento Moderno. Un modelo que tiene algunos de sus ejemplos más célebres en el Central Park de Nueva York, de F. L. Olmsted y en la Exposición Colombina de Chicago, de 1893, de Olmsted y D. H. Burnham.Las propuestas mencionadas hasta ahora, a las que hay que añadir la de la Cité Industrielle de T. Garnier y las alternativas utópicas de las mismas vanguardias históricas, tenían, sin embargo, su campo de comprobación en la realidad de la metrópoli. Una realidad que parecía obligar a que casi todas esas propuestas coincidieran en una postura que cabría definir como antiurbana, intentando construir espacios armónicos al margen del desorden de lo real. Recordemos, por el contrario, cómo algunos de los arquitectos más radicales del Movimiento Moderno habían propuesto forzar el caos de la metrópoli hasta darle forma. Una forma que era un gesto violento, aunque con frecuencia mudo, y radicalmente diferenciado de la forma y de los lenguajes históricos de la ciudad. También hay que considerar el hecho de que, en otras ocasiones, esas manifestaciones de rechazo se ven acompañadas por intentos de asumir como datos objetivos en el proyecto lo existente en la ciudad histórica. Es la misma diferencia que separa los lenguajes arquitectónicos de figuras como Wright, Le Corbusier o Mies van der Rohe. Entre esas posturas cabe considerar como aportaciones decisivas en la configuración de una urbanística racionalista y funcional, implicada con la metrópoli, las planteadas en Centroeuropa por medio de las Siedlungen, en Austria con los Höfe o las nuevas ciudades socialistas de la Unión Soviética. En Europa, la gestión socialdemócrata de la ciudad fue la que favoreció un mayor número de experiencias efectivas: el racionalismo parecía haber encontrado el marco ideal de actuación al comprometerse con una política de racionalización del capitalismo que contaba con el apoyo del movimiento obrero y de los sindicatos.